El gobierno actual de los Estados Unidos y presidido por el polémico magnate Donald Trump, finalmente ha logrado llegar a un acuerdo con Ucrania, país con quien nuevamente ha hecho las pases. Y por ello, la administración estadounidense ha vuelto a reactivar su ayuda militar para el país europeo, que lucha desde el año 2022 contra la invasión rusa liderada por el presidente Vladimir Putin.
La semana pasada Washington llegó a un acuerdo en torno al acceso y explotación de minerales estratégicos y tierras raras de Ucrania. Bajo el mismo, Estados Unidos obtiene derechos preferenciales y capacidad de inversión sobre los recursos naturales de la nación (incluyendo titanio, zirconio, grafito, gas, petróleo y manganeso) en un marco que pretende impulsar la reconstrucción del país devastado por la guerra, sin imponer deuda alguna a Kyiv.
Por su parte, Estados Unidos ha reactivado la ayuda en el conflicto y con ello se ha reconciliado con el pais presidido por Volodymir Zelensky.
El instrumento principal será el denominado como Fondo de Inversiones para la Reconstrucción Estados Unidos–Ucrania, una entidad binacional con igual representación de ambas partes que gestionará licencias nuevas sin afectar a empresas preexistentes ni a presupuestos previamente comprometidos.
Para las autoridades ucranianas, el acuerdo representa una alianza basada en inversiones, tecnología y autonomía compartida, no en subordinación económica.
Uno de los elementos más llamativos del pacto es la eliminación explícita de cualquier tipo de obligación de deuda de Ucrania hacia Estados Unidos. Este gesto disipa, a priori, las críticas recurrentes de Trump sobre la “falta de retribución” por la asistencia militar estadounidense, cifrada por el mandatario en 350 mil millones de dólares.
Además, con esta alianza, el mensaje de Washington a Moscú es inequívoco: el acuerdo es también un instrumento de presión estratégica y de alineamiento firme frente a Rusia. El secretario del Tesoro, Scott Bessent, declaró que la firma representa una señal clara al Kremlin de que Estados Unidos apuesta a largo plazo por una Ucrania libre, soberana y próspera.
Trump, por su parte, defendió el pacto como un modo de proteger la inversión estadounidense y reforzar la posición ucraniana frente a una Rusia “mucho más grande y poderosa”.
La ministra de Economía ucraniana, Yulia Svyrydenko, subrayó que el acuerdo no cambia el estatus legal de empresas públicas o privadas del sector extractivo y que los ingresos del fondo se nutrirán únicamente de licencias nuevas, asegurando que los fondos públicos actuales no serán tocados.
Tras la firma del acuerdo, Estados Unidos ha comenzado a enviar a Ucrania cazas F-16 retirados y no operativos, almacenados en su célebre “boneyard” de Arizona. La idea de fondo es que estos se utilicen como fuente de repuestos cruciales para la creciente flota de F-16 donada por países europeos.
Se estima que Ucrania recibirá hasta 85 F-16 en condiciones de vuelo: 24 de Países Bajos, 19 de Dinamarca, 12 de Noruega (que también donará 10 adicionales exclusivamente para repuestos) y 30 prometidos por Bélgica.
La flota ucraniana no solo debe absorber la nueva tecnología y formación táctica, sino también adaptarse a un esquema de mantenimiento completamente distinto, sin contar con la infraestructura ni la experiencia acumulada que poseen las naciones de la OTAN. Visto así, esta especie de fuselajes “cadáver” que llegan desde Arizona, por modestos que parezcan, se transforman en una herramienta vital para sostener la operatividad de los cazas que sí están en el aire.
La llegada de estas piezas, sumada al despliegue de armamento sofisticado y sistemas de guerra electrónica, sugiere que, más allá del número de aviones, el verdadero desafío (y posiblemente el terreno decisivo) será la capacidad ucraniana de mantenerlos operativos, abastecidos y eficaces en un escenario cada vez más exigente.
En ese contexto, la contribución estadounidense, aunque indirecta, cobra un valor estratégico esencial para el desempeño de Ucrania en la guerra con Rusia.